11.10.15


mi voz es animal peligroso,
hoy le abrí la jaula.
estaba enorme y furioso;
sentí su cuerpo caliente,
oscuro ocuparlo todo.
sentí el peso del sonido
que creciendo no aflojaba.

me llenó los agujeros
de los otros que me duelen.
aplastó los pensamientos que
clavados en mis sienes, mis dedos
no podían apuñalar impotentes.
desde la última vez creció mucho:
ya no le entra mi cuerpo.
si no estuviese tan cansada
tan triste, tan sola,
le tendría mucho miedo:
se tragó todo el aire de mi pecho
y ocupó la habitación toda.

no sé por qué no me mata
de una vez. por qué no se apiada
y me quiebra la espina,
me abre la venas, la garganta
y me saca el ritmo
que, terco
terco

no para.

2.10.15

Agnus Dei



la altura de las expectativas
alcanzan para medir,
cuan largo nos queda

el miedo.

3.7.15

Pange lingua




I respect all my fears,
my own desires


a mutual agreement between
me and myself.

17.2.15

MAMA*




Lo terrorífico de una mamá es el carácter absoluto que en nuestra cultura encarna el término. Es la cultura, y sólo ella- la cultura y la necesidad que nos impone su buena forma, de que todo sea, al menos, suficientemente explicable-, lo que hace que podamos vestir el horror con un traje de dulzura, comprensión y buenos cuidados. De allí que aparezca lo que luego conceptualizamos como lo ominoso, cuando la máscara y las ropas se corren solo un poco, fugazmente.
La madre es eterna. Hasta el día que se muera seguirá siendo nuestra madre, y después de muerta también (para bien o para mal). Hay algo en la trascendentalidad de su título que la condena a un lazo indestructible con sus hijos, lazo que sea de amor, rechazo o incluso el mayor de los desprecios, seguirá ahí por siempre. Esto es lo que se traduce en algo del orden del destino, y lo que genera el tema recurrente de las almas en pena al estilo de la llorona. No es contingente que las cosas que más atemoricen a las subjetividades occidentales modernas sean, las almas en pena, los niños y los espejos.
No considero que sean azarosas las representaciones que en nuestra cultura traduzcan los fantasmas más arcaicos sobre la madre. El terror que generan en cada uno de nosotros cuando nos enfrentamos a la omnipotencia, la absoluta y dentada boca. Que luego se retraducen en las mujeres enfrentadas al deseo de maternidad de diversas formas, en un contexto- nuestro contexto cultural moderno- donde las significaciones de la devoción y la función natural a duras penas se sostienen en pie, cuando no son destruidas por las múltiples contradicciones de la vida cotidiana.
El mismísimo género terror, tan popular desde siempre, encuentra sus temáticas más efectivas  para lo inenarrable de esos primeros tiempos donde ese Otro absoluto traduce cada movimiento de nuestra carne, hilvanando con aguja e hilo cada parte hasta configurarnos un cuerpo. Como si de una muñeca de trapo descuajeringada se tratara, nos une los pedazos con las hebras de sus palabras, y su propia masa informe reprimida (y no tanto); hasta que cobramos vida como humanos. Como si de un Pinocho húmedo y supurante deviniéramos mágicamente en un bebé. Porque a diferencia de Pinocho, nosotros, antes de convertirnos en niños, somos una masa informe de carne y líquidos... Lejos estamos de ser limpia y pulida madera.
No por nada las alegorías fantasmagóricas más efectivas en las películas de terror tengan la representación de masas pútridas, supurantes; sean formas orgánicas en sus colores, sus texturas, sus sonidos. Que sean los ojos sin ojos, las bocas sin boca, en cuerpos destartalados y autómatas lo que más atemorice. Es la mejor metonimia para eso que irrumpe y atraviesa taponando (si tenemos suerte) al mismo tiempo con alguna otra cosa.
Las madres nos atan al horror desde las dos puntas de la humanidad, lo más singular (aquello que nos corrompe para humanizarnos y traducir la energía en modulación deseante) y aquello que nos preexiste y genera el espacio al que advendremos como seres humanos (que se impone asignándonos un lugar histórico al que responderemos más o menos a la letra)  pagando el precio que nos toque en suerte por asumir una posición allí.


La Plata, 3° domingo de octubre de 2013.


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*Nombre de la película de terror hispano-canadiense. Dirigida por Andrés Muschietti (2013). 
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27.1.15

La soga que ata al Nombre*

 
A los quince días de nacer Manuel, sus padres Laura Vázquez y Gonzalo Bernal fueron al Registro Civil de City Bell, para anotarlo con ambos apellidos, pero primero el de la madre. Les negaron el pedido y debieron elevar una nota a la Dirección del Registro Provincial con la solicitud para que les permitan hacerlo, que también fue denegada.
            Finalmente, el lunes 10 de junio de 2013, cinco meses y medio después, el Registro Provincial de las Personas, en un acto público, realizó la inscripción de Manuel Vázquez Bernal. El jefe de Gabinete provincial, Alberto Pérez, anunció que el Registro provincial de las Personas realizó la primera inscripción de un bebé con doble apellido, anteponiendo el de la madre al apellido del padre.

Por poco que uno investigue, la construcción de la subjetividad individual y grupal, es en el contexto histórico, social, económico y político. Por tanto es importante poder analizar también cómo se pone en juego la cultura represora en la constitución del psiquismo del sujeto. Entendiendo que ésta forma (la cultura represora), es la que caracteriza a las sociedades capitalistas del momento.
La cuestión del Nombre, la propiedad, la familia… los Títulos, en resumidas cuentas, son cosas que atraviesan tanto nuestra identidad histórica (de género) como singular: en nuestros diversos roles sociales “privados” y “públicos” consistió en enfatizar el derecho a la identidad del niño, por sobre el motivo por el que los padres toman esta decisión y deciden llevarla hasta el final. En palabras de Laura: “Queremos ser coherentes con nuestra pretensión de criar y educar al niño con los valores de la libertad, la igualdad, la justicia y los derechos humanos, empezando por alterar un orden de apellidos que nos resulta discriminatorio”.
La soga de la que no se habla, no son los cinco meses de privación de identidad que sufrió Manuel, sino el tema de género que desbordó a los trolls de la web, y revolvió silenciosamente a los representantes del Gobierno de los Derechos Humanos. La invisibilización de lo central (la cuestión de género[1], tanto por parte de los detractores como de los funcionarios públicos que montaron un acto para la garantía de derechos… cinco meses después) y el desvío hacia lo periférico de la situación (valoraciones morales sobre los padres, la privación del derecho a la identidad, la resolución del Estado en favor del pedido sin llegar a instancia judicial, como temas de los que el muerto sí tiene permitido hablar).
Es necesario recordar la articulación existente entre la determinación de lo femenino y la cultura patriarcal. También es importante detenerse en el punto en donde, a raíz de la decisión de esta pareja sobre el nombre de su hijo, emerge la denuncia a la falta de cumplimiento del mandato de lo que un varón debe ser y hacer… y finalmente transmitir a sus vástagos, porque esto permitiría visibilizar mejor lo que hace al tema de la discusión. Identidades e instituciones (formas culturales específicas) nunca pueden pensarse por separado.
La familia como institución es regulada por el parentesco. “Lo fundante” es aquello esencial de una institución, sin lo cual dicha institución no es tal; y que como fundante, es ideológico y político. Es el parentesco, de una forma u otra el que nos otorga un Nombre. Qué es lo fundante del nombre: que designe a alguien de modo que no se confunda con otros y que al mismo tiempo permita ubicarse en una temporalidad susceptible de historización, que le permita constituir una identidad (lo sepa el sujeto o no: decantado de la lucha de clases).
El orden en que pueden establecerse los apellidos responde a convencionalidades. Existen en otros países disposiciones legales diferentes a lo que conocemos… e incluso al interior de nuestra propia legislación nos muestra contradictorias variantes: lo concerniente a la Ley de Familia en relación a las parejas homosexuales.
La cultura es reaccionaria cuando solo le da lugar a una forma de lo fundante… y su expresión, en nuestro caso, aparece en los calificativos violentos como “reacción teórica negativa”[2] a lo nuevo y a quienes lo llevan adelante: “es una feminista”, “si la Vázquez te clava los dientes, fuiste, “es un pollerudo”, “sumiso”, “va a terminar como ‘conchita’ Barreda”. El mandato al varón no es que decida él el nombre de sus vástagos. El mandato (que lo antecede y del que no puede decidir nada) es que es su nombre, y ningún otro, el que designará a sus hijos.
“La sociedad capitalista se sostiene en las masas artificiales que Freud describiera: la Iglesia y el Ejército. Y podríamos agregar el Estado, la Universidad, la familia patriarcal. Ser uno con el todo. Ser uno (el sujeto) con el todo (el superyó)”[3]. Lo que se le demanda a Laura y a Gonzalo es que se sometan. Y sobre todo a Laura; porque a Gonzalo lo que se le demanda es subordinación al rol del subordinador… y como no cumple es un pollerudo. La cultura de la represión lo que exige es domesticación. Es la crueldad superyoica la que busca lograr el desprecio, dolor y sometimiento del otro; en este caso racionalizada como una forma encubridora del amor: “cómo van a dejar invisibilizado a ese padre detrás de un apellido materno… y si se separan, cómo hará ese pobre hombre para acreditar potestad del niño”… por ejemplo.
El modo yoico donde auto conservación, amor y placer están unidos (los motivos por los cuales los padres de Manuel deciden el orden de los apellidos) anula la operación superyoica de desalojo violento del deseo por amenaza de castración. En todo caso podemos pensar que al menos por un momento el Ideal del yo de esta pareja se une a su yo convirtiéndose en Yo ideal, burlando los mandatos represores. Ideal del yo que les dice debe haber una igualdad de géneros y los moviliza hacia ello.
La cultura represora, en sus portavoces, hace de la insatisfacción un mandato: “para qué quieren cambiar el nombre”. Se tiene en mente que no habría mayores consecuencias, pero de todos modos se busca sostener la insatisfacción.
Lo que es interesante es que para que se diera este cambio de forma abalada por el Estado, fue necesaria la revisión y la interpretación del marco legal existente en lo que respecta a la Ley de Familia y las premisas básicas de la Constitución Nacional[4]. El apellido no deja de estar encarnado en el género para los casos de familias heterosexuales, la cultura allí no concibe ni remoción ni intercambio. La familia patriarcal aquí se nos presenta claramente como un instituido burocratizado que organiza el devenir de los deseos, a como dé lugar.
Si entendemos la subjetividad como el decantado identificatorio de la lucha de clases: el combate del que la teoría nos habla sobre la clase de los deseos y la clase de las amenazas, con sus batallas perdidas y ganadas. Podemos entender cómo los avatares de esta familia en relación al Nombre (que no ahorca pero ata).
            Como planteara Grande, todo proyecto revolucionario debe implicar que quienes lo lleven adelante sean dueños de sus palabras y esclavos de sus silencios. Con esto es importante entender que en realidad la palabra (el Nombre), en su vertiente fundante, fue ubicada en el nivel deseante de la subjetividad. Laura y Gonzalo invisten desde el Ello (donde se cocinan los deseos fundantes de la humanidad) el nombre de su hijo, como decantado del deseo parental, necesidad de que esa verdad sea plasmada libremente. Porque el silencio nunca es salud; el silencio - de que la madre también es propiedad del hombre, y que solo es el medio de reproducción del capital- que esclaviza promueve la imposibilidad de revisiones en los marcos legales hegemónicos. Condena a privaciones. Sostiene trampas: es garante de super yo (nunca del Ello) con ausencia o exceso de palabras. Y como la sociedad represora sostiene el Complejo de Edipo “amplificado” (el histórico-social), prohibiendo todo aquello cuyo único fundamento sea el deseo; utiliza como estructura anticipatoria el Edipo libidinal: la familia patriarcal, generando el tabú del deseo mismo. Es el deseo el que se vuelve incestuoso a partir de su prohibición misma por medio de la amenaza de castración, tensión entre el Yo y el Superyó.
            Laura y Gonzalo con su decisión nos demuestran que gozan de una buena dosis de ternura primaria. Cuidan a Manuel y promueven en él a posibilidad de una subjetividad libre de reduccionismos a un Yo que no sea nada más que eso. Burlan de alguna forma (nunca gratuita) la imagen incólume del Pesebre mítico de la familia patriarcal moderna judeo-cristiana. Abren una brecha por donde se escurre el deseo en una descarga que garantiza el movimiento, porque no es la falta, nunca puede ser la falta, lo que nos permita evitar la descarga a cero.


* Cita al artículo “La soga en la casa del ahorcado” (2002).
El presente artículo está basado en el trabajo final del Seminario de Psicoanálisis Implicado, realizado en el 2013 en la Facultad de Psicología de la UNLP; a cargo del Dr. Alfredo Carlos Grande. Autoras Pallero, Dulce María; Crha, Marcela; Mainero, Mirta. 
[1] Los mitos sociales logran su eficacia en el disciplinamiento social y en la legitimación y el orden de las instituciones que involucran. Funciona así por repetición de sus discursos sosteniendo una misma trama argumental con pequeñas variaciones, creando una eficacia que es violencia simbólica ya que no da lugar a las diferencias de sentido y posicionamientos subjetivos de los actores sociales, violentando lo diverso y lo singular con la ayuda de discursos científicos, políticos, religiosos, jurídicos, de medios de comunicación social, etcétera, que producen y reproducen los argumentos que los instituyen y estipulan, por ejemplo: qué es ser una mujer o qué es ser un hombre. Así sancionan directa o indirectamente cualquier práctica, pensamiento o sentimiento que transgreda o cuestione sus verdades. - Fernández, A. M. "La Mujer de la Ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres" (pág. 246).
[2] Se entiende por reacción teórica negativa a todo rechazo absoluto, que por tal, impida la construcción de una episteme alternativa a la hegemónica. Dicha imposibilidad de aceptar la existencia de algo diferente es estructural a las lógicas del pensamiento que sostiene la cultura represora. Este concepto Grande lo acuña para explicar cómo funciona a nivel de la construcción y validación del conocimiento el mecanismo análogo al que Freud describiera al interior del tratamiento psicoanalítico: la reacción terapéutica negativa, uno de los avatares que a diferencia de la resistencia, coarta toda posibilidad de elaboración psíquica.
[3] Introducción penetrante, en Del Diván al Piquete. Alfredo Grande.
[4] En Argentina la Ley del Nombre (18.248) señala en los artículos 4 y 5 que el niño debe tener el apellido del padre, que el doble apellido es optativo y que el orden es primero el del padre y luego el de la madre. Con la sanción de la Ley del Matrimonio Igualitario, se modificó el Art. 4 de la Ley del Nombre para incluir a parejas de padres o madres del mismo sexo, para las que el orden es optativo. De este modo los progenitores homosexuales pueden inscribir a sus hijos con cualquiera de sus apellidos o los dos, optando por el orden. Y si no hay acuerdo los mismos se ordenarán alfabéticamente. “Lo que la Provincia de Buenos Aires interpreta en este caso es que también los padres heterosexuales tienen la libertad de elegir el orden de los apellidos”, explica Álvarez Echagüe, “teniendo como argumento el Art. 16 de la Constitución Nacional que dice que ‘todos los habitantes son iguales ante la ley’ y en el Principio de Razonabilidad (Art. 28) que limita a las leyes a no alterar las garantías y derechos reconocidos por nuestra Constitución”. - 10-06-201. 16:08 hs. | Gacetilla. Ministerio de Jefatura de Gabinete de Ministros, Provincia de Buenos Aires.

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BIBLIOGRAFÍA
FERNANDEZ, A. M.   "La Mujer de la Ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres". Editorial Paidos. Año 1993.
GRANDE, A. C.           Introducción y Capítulo 1, de El Edipo después del Edipo. Del Psicoanálisis Aplicado al Psicoanálisis Implicado. Ed. Topia. Bs. As. 1996.
                                      La soga en la casa del ahorcado, en Psicoanálisis Implicado. La marca social en la clínica actual. Editorial Topia. Buenos Aires, 2002. 
                                     Amaré tu sangre, en Psicoanálisis Implicado. La marca social en la clínica actual. Editorial Topia. Buenos Aires, 2002. 
                                     Glosario de Psicoanálisis Implicado, en Psicoanálisis Implicado. La marca social en la clínica actual. Editorial Topia. Buenos Aires, 2002.
                                     Introducción penetrante, en Psicoanálisis Implicado 3. Del diván al piquete. Editorial Topia. Buenos Aires, 2004.
 

11.1.15

Treinta*


- Basta de "soltar", ¿todas quieren soltar algo? Agarren fuerte loco...
- Nos agarramos fuerte de nosotras...






Mi problema capaz es que no me agarró la crisis de los treinta.

Digo, de todos los problemas históricos que me aquejan, ese… justo ese puto problema no me salió en el cartón del bingo.

Me han dicho de todo: de “loca de mierda” para allá. Tuve compulsiones, pensamientos obsesivos parásitos, obstrucciones del pensamiento, procrastinaciones perennes por años que me impidieron terminar la carrera. Parejas psicópatas, depresivas, casi normales. Chongos pelotudos, molestos, forros. Hasta un histérico que me dijo que se iba a matar y por respuesta obtuvo un portazo en la cara. De todo.

Tuve problemas familiares, laborales, con amigos. Me choco un auto. Si, qué tal… me chocó un auto. Pero no me pasó nada: solo me rajé un poco el cuero cabelludo, me raspé toda la cara y estuve con síndrome vertiginoso como seis meses… y todavía le tengo miedo a los autos cuando tengo que cruzar una calle. Nada más.

Tuve asma, se me curó el asma. Me salen sarpullidos cutáneos de vez en cuando. Estoy regorda desde hace tres años. Me da caspa de nervios. Tengo tos de nervios. Tengo nervios solos también.

Hablo dormida y tengo descargas involuntarias de los músculos de las piernas y los brazos justo después de que me dormí... y por supuesto, cago a piñas al que desgraciado de turno. Tiene un nombre eso… no sé cuál es. No me acuerdo. Por años le dije “estertores” pero no se llama así. Soy una boluda.

Me desmayé tres veces en mi vida. Y tuve ataques de pánico en dos oportunidades. También me deprimí clínicamente dos veces… o tres. Ya no me acuerdo. Porque antes me pasaba eso de que me olvidaba de las cosas cuando eran muy jodidas. Ahora ni eso, ahora me acuerdo de todo, todo el tiempo. Soy como un puto elefante. Un puto elefante resentido soy.

De todo digamos. Soy un compendio de neurosis. Pero no, la crisis de los treinta no me sale. Yo no sé por qué mierda, pero hasta en eso me sale todo al revés. Y claro, como no me agarra esa puta crisis sigo jodiéndome como de costumbre.

Porque claro, no me pinta la desesperación de casarme. O de tener un pibe. O de pasar las fiestas con la familia de mi novio. O de llevarme desesperadamente bien con mi novio porque tengo treinta y es momento de que mi vida sea estable. Y eso incluye –por supuesto- una pareja estable. Aunque eso signifique hacerse la boluda y pasarla como el orto con cosas que otros contextos de ninguna manera toleraría.

No che, la crisis esa no me toco. Así que nada de privilegios de esos que les tocan a todas las minas caucásicas, de clase media, de familias bien argentinas. Nada. 

Solo tengo treinta años.


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 *A Marion, gracias por la paciencia y el amor. Gracias.